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Viernes, 20 Marzo 2015 08:13

Así lo viví yo: crónica de un día glorioso, por Eduardo Casares

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Todavía retumban los ecos de esta clasificación histórica del Lobo mendocino al Nuevo Torneo Nacional 2015. Todos los medios se ocupan de Gimnasia y Esgrima de Mendoza. Los diarios gastan litros de tinta en entrevistas a los héroes de Córdoba. Las radios se disputan entre si la posibilidad de llevar a sus programas parte de los protagonistas de esta hazaña. Los canales de televisión repiten reiteradamente el penal atajado por Alasia y el gol de Oga.

Trato de recordar como viví ese momento, y mi memoria se detiene en ese domingo 7 de diciembre de 2014. Es el minuto 47 del segundo tiempo del partido. Estoy en la Platea Ardiles del Estadio Mario Alberto Kempes. Abajo, en el césped, alcanzo a distinguir a Sergio Oga abrazado con el Tito Garín a un costado del área. Siento el silencio de 40.000 almas que se habían convocado para alentar a Talleres. A mi alrededor, un puñado de quince mendocinos observan calladamente la escena.

Los miro y todos han gritado el gol hacia adentro, al igual que habían festejado dentro de sus el penal atajado por Matias Alasia, ya que  en realidad, el encuentro era sólo para hinchas locales. Pero ahí estábamos nosotros, infiltrados, mudos como socios del silencio, asistiendo a esta escena.

Oga acaba de convertir un golazo digno de Messi, Maradona o si queremos hacer una comparación blanquinegra, un gol con un toque como el Victor podría haberle dado en sus épocas de gloria. Un relator cordobés diría, que “el Mandrake Oga sacó un conejo de la galera”. 

Pero no es solamente un gol o mejor dicho un golazo. Es algo más. Es la clasificación tan ansiada. Es el pase al Nacional 2015. Es volver.

Los mendocinos presentes en esa platea, han logrado mantener sus emociones calmas, sin gritar el gol. Pero, el sentimiento es algo más que eso. Podemos evitar gritar, alentar, pero hay algo que no podemos evitar…sentir. Porque las emociones no son solo exteriorizadas con frases o gritos . Entonces veo que los quince mendocinos tienen los ojos rojos. Si, están llorando, como yo lo estoy haciendo en ese momento y hasta hoy lo hago cada vez que recuerdo ese momento.

Tengo los ojos rojos pero no puedo evitarlo. Las lágrimas brotan solas.  Se me nubla la vista y por un momento, me parece ver en esa platea a un señor con los ojos hinchados con un chico a su lado.  Por un momento, me parecen ver en ellos a mi viejo y a mi cuando en la década del 60 íbamos a todos lados a seguir al glorioso Lobo.  Seco las lágrimas de mi cara para verlos mejor. Pero…no. Es solo una ilusión óptica.  Miro bien las figuras y ahora los distingo bien. Es mi hermano Guillermo y mi sobrino Pablo, quienes no han podido contener tanta emoción y su silencio ha dado paso a los sollozos incontenibles.

Quiero festejar, pero la situación no me lo permite. Cerca nuestro hay miles de hinchas de Talleres, muchos de ellos llorando la tristeza tapándose la cara con sus camisetas albiazules. Mantengo la respiración mientras el corazón trabaja a mucho ritmo.

En el césped sigue el festejo, ya la clasificación no puede perderse. Una montaña de jugadores están arriba de Oga y Garin festejando el momento. Veo correr al Toti Arias gritando el gol. 

Miro el reloj y pienso que ya no hay tiempo para más, que ya nadie podrá quitarnos este sueño.

El partido se reinicia y apenas saca Talleres, el árbitro pita el final del partido. No sé que hacer. Quiero festejar pero no puedo. Miro al resto de los hinchas del lobo que están cerca mio sin identificarse y a todos les pasa lo mismo. Como no puedo festejar, solo atino a pellizcar al gordo Fiochetti que está delante mío. El también está llorando.

Mi último recuerdo dentro del Kempes es el respeto de la Platea Ardiles al equipo del Lobo. Dentro de su tristeza por la frustración de quedarse nuevamente a las puertas de un ascenso, tienen la hidalguía de aplaudir a los jugadores del Lobo cuando se retiran del campo de juego.

Por dentro nuestro la alegría es infinita, pero respetamos el silencio y la tristeza de los hinchas de Talleres. Entonces emprendemos nuestro salida del Estadio Kempes, en silencio, pero con la gran alegría interna de sabernos clasificados. Mientras nos confundimos en esa marea humana que se retira de la cancha, repaso mentalmente las jugadas mas trascendentales del partido. El penal atajado, la expulsión de Vilariño y por supuesto ese gol digno de la Premier Ligue.

Entonces también recuerdo que en la mañana antes del partido, estuvimos recorriendo con mi esposa, mi hermano y mi sobrino el Patio Olmos en la ciudad de Córdoba. Allí nos encontramos con un pequeño grupo de jugadores, distendido y con mucha confianza.  Eran Corvalán, Farías y Oga. Recuerdo las palabras de mi señora a Corvalán cuando le augura que esa tarde van a ganar. Me viene a la memoria las palabras de Oga, cuando nos pide que gritemos por el Lobo. Entonces pienso que lejos estábamos en aquel encuentro de saber lo que íbamos a vivir horas más tarde.

Las cuadras que separan el estadio de los vehículos en los cuales habíamos ido parecen interminables. Aún reteniendo la respiración y los comentarios, vamos con la cabeza gacha, escondidos detrás de esa gorrita de Talleres que habíamos comprado antes del partido y que nos servía de pasaporte para infiltrarnos en medio de la hinchada cordobesa.

Minutos después, ya en la puerta de la casa de Mariano, el mendocino que nos había abierto las puertas de su hogar para ese asado en la previa del partido, descargamos toda la emoción contenida.

Ahora si.! En medio de la oscuridad de la noche, surgió el abrazo espontáneo de todos. El Dale Lobo…Dale Lobo….retumbó en esa calle de tierra, sin testigos. Sin querer, se ha formado un ramillete de hinchas abrazados , que cantan sin cesar, ahora observados por las pequeñas hijas de Mariano, que, vestidas ambas con una camiseta del Lobo, esperaban junto a su mamá la vuelta de la cancha.

No queremos perder tiempo. Esta fue solo una parada técnica y un desahogo. Ahora vamos camino a la ciudad de Córdoba, al hotel en donde se aloja la delegación del Lobo. Apenas llegamos, aparece el colectivo con los jugadores del lobo. En la puerta del hotel, hay aproximadamente cien hinchas, con colores blanquinegros en el pecho, gritando sin cesar. Los jugadores asoman sus cabezas por las ventanillas del micro y empiezan a cantar al ritmo de los hinchas presentes. Diviso entre los hinchas al hijo de mi amigo Roberto, hincha del Lobo de la vieja camada, y abro los brazos para compartir esa alegría contenida.

Ahora, ya la alegría es incontenible, los canticos son ensordecedores. Ya nadie nos quita la emoción, se termina el silencio que nos ha caracterizado durante gran parte de ese domingo. Todo es alegría. Del colectivo baja Alasia, y los hinchas ahí presentes lo levantan en andas. El gordo Fabián, el cobrador del club, juega insistentemente con la espuma en aerosol. También el presidente Porreta desciende del colectivo y los presentes le piden que no se vaya nunca. También nos confundimos en el abrazo con el Yani. El colectivo de los jugadores ya se va.

Antes mi hermano y mi sobrino ya han partido rumbo a Mendoza llevándose la alegría dentro de su colectivo. Mientras comienzo a caminar por las calles de Córdoba buscando la terminal del transfer que me depositará en Carlos Paz en donde me espera mi esposa, pienso en aquellos que se quedaron en Mendoza. Esos con los que compartimos tantos domingos de tribunas casi vacías al inicio de este proceso en el Argentino B. Entonces me acuerdo de Daniel Alberto, Roberto Motuca, su hijo Mariano y de mi amigo Enrique, que nos acompañó  en esa pequeña barra de la platea. Pienso que ellos, a diferencia de nosotros, deben haber gritado el gol  como no pudimos hacerlo los que estuvimos en el Kempes.

Entonces empiezo a caminar por las calles de Córdoba, ahora  buscando la terminal del Fonobus para partir rumbo a Carlos Paz a reunirme con mi esposa. Ella, que no es tan seguidora del fútbol compartió con nosotros esta locura del Lobo, y siguió en directo desde el hotel las incidencias del partido en el televisor de la habitación. Cuando llegué a Carlos Paz no tuve necesidad de contarle nada. Ella había visto todo y me recuerda las palabras que en la mañana le dijo a Corvalán , que fueron premonitorias.

Esa noche me cuesta conciliar el sueño. Al dia siguiente me vuelvo a Mendoza. En el avión del regreso las emociones vuelven a sentirse. En el mismo vuelo viajan varios hinchas del Lobo, algunos de ellos con la camiseta del Lobo puesta sobre su ropa. Compartimos charlas con el Presidente Porreta, con Jorge Guzzo, con Luis Vila y otros más. La felicidad de todos se ve en los rostros.

Señores, Gimnasia y Esgrima de Mendoza ha vuelto.  Bienvenido, Lobo Viejo y Querido!! El futbol grande te estaba esperando!!!

 

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