Ahí estoy como hace sesenta y cinco años, me rodean mis hijos Rodrigo y Mariana, mi nieto Joaquín, mi hermano Jorge y su nieto Franquito, mi ahijado Juampy Verzini y toda la familia blanquinegra.
Tres minutos y la gloria ya está al alcance de la mano. Cierro los ojos llenos de lágrimas y recuerdo cuando a fines de la década del cuarenta llegué a ese estadio tomado de la mano de mi viejo, “el Ñato” Aguilar, y nunca más me fui.
Tres minutos para repasar la historia, jugadores, dirigentes, hinchas, jugadas, goles, atajadas, años en que se festejaba siempre, disfrutando del fútbol champagne que se originaba en el toque y la elegancia. Éramos los pitucos, adentro y fuera de la cancha.
Tres minutos para recordar cuando vinieron años de vacas flacas con claros y oscuros, más oscuros que claros. Estuvimos al borde del abismo.
Tres minutos para que el sol aparezca para siempre, ese sol que empezó a asomar de la mano de Fernando Porretta. Todo comenzó a cambiar, hoy es un club de lujo y este equipo es campeón como nos gusta a “los Pitucos”. Le hizo honor a la historia y se ganó un lugar en ella, respetando lo que es religión en "el lobo": el toque y la elegancia.
Tres minutos para comprender que hoy no se termina nada, y empieza todo, porque es el principio de retomar nuestra propia historia y que pronto estaremos compitiendo con los grandes del fútbol argentino.
Cuando quiero acordar, el árbitro da por terminado el partido
Pasaron los tres minutos y continúa lo que va a hacer un largo e interminable festejo.
Elevo la vista al cielo y ahí está “el Señor”, que rodeado de “Los Ángeles Blanquinegros”, han comenzado también un festejo glorioso y eterno…
EDUARDO "CATO" AGUILAR